miércoles, 16 de junio de 2010

Emergencia educativa


Si un médico tiene un error durante una operación, el paciente lo suele sufrir de modo instantáneo. Si un bombero es perezoso o negligente, el que está en peligro por una emergencia lo paga caro en ese mismo instante. Si un miembro de las fuerzas de seguridad no hace bien su trabajo y cuando se le llama para proteger a un ciudadano se equivoca de calle, el malo se saldrá con la suya. Si un obrero coloca un pilar en medio de una habitación, tendrá que ser derribado muy rápido, porque eso no puede quedar así.
Podría seguir, pero creo que mi tesis está clara: hay profesiones donde las malas y las buenas acciones se notan de modo instantáneo, o muy rápidamente.

Con los maestros no sucede así. Pueden ser rematadamente malos o vagos de solemnidad, pueden tener unas ideas completamente equivocadas, pueden tomar las decisiones más inadecuadas, pero pueden pasar desapercibidos. Incluso, si se saben vender -más aún las ideas que suelen correr por los lares pedagógicos-, pueden parecer exitosos...

(Los resultados no pueden ser la única vara de medir la labor educativa, pero deben contar, porque en el fondo los alumnos los son porque están ahí para aprender -y lo demás debe venir como añadidura-. Lo escribo aunque creo que es materia para otra entrada.)

Lo que se hace en educación solo se nota a medio plazo. Eso es un riesgo, porque a pesar de que las cosas pueden estar haciéndose rematadamente mal, no se nota tanto como debería. Debería hacerse, porque creo que solo así nos pondríamos a remediar el mal que se puede estar haciendo.

La solución es estar muy pendiente, hacer crítica constructiva y empezar a señalar como tales errores garrafales.

Por cierto, creo que si no estamos en situación de emergencia educativa, no andamos lejos. Pero claro, no se nota tanto, y van pasando cursos...

¡Ánimo con el final de curso, compañeros!

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